lunes, 23 de marzo de 2020

Don Julio Maquinita

Esto me lo contó mi papá (y no es ningún invento, ocurrió de verdad).

Por aquellos tiempos, las comunidades rurales dominicanas eran algo más que una gran familia. Los viajeros, conocidos o extraños, recibían atenciones y hospedaje en todas las estancias; siempre había espacio para alojarlos. Ejemplo de esta hospitalidad era don Julio Rumaldo, próspero cabeza de familia.

Una noche aparecieron dos hombres con un sospechoso bulto, quienes decidieron quedarse en casa de don Julio para proseguir en la mañana su viaje. Disfrutaron de la amabilidad de la familia, como de costumbre, y cuando se iban a dormir se quedaron cuchicheando algo en voz no tan baja: "Acuérdate que es un secreto, no podemos enseñarla, que estas cosas son muy caras... el hombre la está esperando en Santiago". Don Julio, por precaución, no pudo evitar ser curioso, y preguntó a los viajeros sobre ese bulto que traían y del que estaban hablando. Después de insistir mucho, le revelaron el misterio.

Se trataba de una máquina de imprimir dinero. Según los viajeros, el aparato tenía el mismo sistema que la imprenta estatal. Hasta le hicieron una demostración en vivo: se tocaron un par de botones e interruptores, se giró la manigueta y pum, por arte de magia salió una papeleta igualita a las auténticas. A don Julio le brillaron los ojos. Después de muchos ruegos y condiciones de mantener el secreto, los viajeros resolvieron venderle este equipo a su anfitrión por una cantidad de dinero que "valía lo que costaba" (o sea, enorme). Trato hecho, le dieron un breve tutorial, le desearon suerte y salieron en la madrugada.

Casi inmediatamente, don Julio se metió en una habitación aislada, sin que se enterara su familia (que tenía el sueño muy profundo) y en el más absoluto silencio. Apretó sus botones, graduó sus interruptores, giró su manigueta... y ahí salió el dinero. El entusiasmo crecía, siguió dándole... otra papeleta. Se veía ya como un hacendado, con grandes terrenos cultivados y montones de cabezas de ganado de su propiedad. Giró la manigueta otra vez... y no salió nada.

Tal vez no la había "configurado" bien, o no giró con suficiente ritmo. Corrigió lo que pudo... nada. Activó botones al azar... nada. Giró la manigueta más duro... nada. Desarmó la máquina y lo único que halló fue una papeleta que se había quedado atascada. La máquina "mágica" resultó ser una calculadora mecánica (un aparato que no era muy conocido por esos parajes rurales) con unas cuantas papeletas adentro para hacer "bulto". Y lo peor es que los estafadores ya iban demasiado lejos, riéndose hasta la muela de atrás de la ingenuidad de don Julio.

Después de este suceso, cualquiera que se atreviera a llamarle "Julio Maquinita" estaba harto de vivir en este mundo.

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